martes, 1 de febrero de 2011

¡Cómo nunca desaparece toda esperanza de la cabeza de aquel que siempre se aferra a cosas insulsas! Con ávida mano escarba la tierra buscando tesoros, y se da por satisfecho, si encuentra unas lombrices. ¿Es posible que se deje oír semejante voz humana en este sitio, donde me rodeaba un mundo de visiones? Mas ¡ay! por esta vez te lo agradezco, ¡oh tú, el más mísero de todos los hijos de la tierra! Tú me arrancaste de los brazos de la desesperación, que amenazaba trastornar mis sentidos. ¡Ah! Tan colosal era la aparición que a su lado no pude menos de juzgarme un pigmeo.

...

No puedo pretender igualarme a ti. Si tuve poder para atraerte, no lo tuve para conservarte junto a mí. En aquellos felices instantes ¡sentíame a la vez tan pequeño y tan grande! Me rechazaste despiadado, sumiéndome de nuevo en la incierta suerte humana. ¿Quién me instruirá? ¿Qué debo evitar? ¿Tengo que ceder a aquel impulso? ¡Ay! Nuestras mismas acciones, lo propio que nuestros sufrimientos, entorpecen la marcha de nuestra existencia. En las más sublimes concepciones del espíritu se ingiere de continuo materia cada vez más extraña. Cuando llegamos a lo bueno de este mundo, lo mejor se califica entonces de engaño e ilusión. Los nobles sentimientos que nos dieron la vida se amortiguan en medio del bullicio mundanal.

Si la fantasía, llena de esperanza y con vuelo audaz, se extiende de ordinario hacia lo infinito, un breve espacio es suficiente para ella cuando una dicha tras otra naufragan en el remolino de los tiempos. Al punto anida la inquietud en el fondo del corazón engendrando allí secretos dolores, y se agita intranquila turbando placer y reposo. (...) Tiemblas ante todo lo que no te alcanza, y tienes que llorar sin tregua aquello que nunca pierdes.

No; no me igualo a los dioses. Harto lo comprendo. Me asemejo al gusano que escarba el polvo, y mientras busca allí el sustento de su vida, le aniquila y sepulta el pie del caminante.

¿No es polvo también todo cuanto llena estos cien estantes de los altos muros que me oprimen, y ese fárrago, que con mil fruslerías y bagatelas me ciñe en este mundo de carcoma y polilla? ¿Y es aquí dónde he de encontrar lo que me falta? ¿Tengo acaso necesidad de leer en estos mil libracos que en todas partes se atormentaron los hombres, y que sólo aquí y allí ha habido uno que fuera dichoso?

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Mucho mejor hubiera obrado yo disipando lo poco que poseo, que estarme aquí sudando agobiado por el peso de tal escasez. Lo que tú heredaste de tus padres, adquiérelo para gozar de ello. Lo que no se utiliza es una carga pesada; sólo puede ser de provecho aquello que crea el momento.

Mas, ¿por qué se fija mi vista en aquel sitio? ¿Es aquel pequeño frasco un imán para mis ojos? ¿Por qué de improviso todo se vuelve para mi suavemente claro, como cuando de noche, en medio de la selva tenebrosa, nos baña el resplandor de la luna?

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Te miro, y el dolor se mitiga; te tomo en mis manos, y mengua el afán, baja poco a poco la marea creciente del espíritu. Siéntome arrastrado a la alta mar,
el espejo de las olas brilla a mis pies, hacia ignotas playas me atrae un nuevo día.

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