"Última llamada para los pasajeros del vuelo con destino Santiago..."
Ahora es cuando se supone que debería sentir que se me anudan los nervios a la piel como si una soga quisiera succionarme vaho a vaho la asfixia pero no hay ni soga ni presión, ni tampoco preciso del esfuerzo de tomar el aliento y exhalarlo una vez me haya escondido.
Y yo que pensaba que los nuevos comienzos no pesaban... por lo visto el mío pesa 21 kilos sin contar siquiera el equipaje de mano.
Ya no hay ya vista atrás después de dos escalas interminables en Roma y París. Ahora mis pies han cambiado de color y el equipaje de mano huele a queso (sí, ¡a queso!) de contrabando porque a quién se le ocurre preguntarle a una francesa que se precie ¿qué te puedo llevar que no tengas al otro lado del charco?
Llevo horas sin estar ni estoy ni atenta a los detalles porque la idea del reencuentro es algo que ocupa demasiado la ráfaga aleatoria de pensamientos ilógicos que alguna vez se dignan por pasar y saludar. Y aunque creía que me había acostumbrado a darle una patada al Atlántico, no dejo de pensar en que una vez han pasado cinco años sin cruzar todo parece como la primera vez: los tímpanos con complejo de garfio que se te clavan en pleno aterrizaje, la cartera con todo preparado para la aduana, el libro que llevas "para devorarte" y al final llegas a los agradecimientos por preferir las películas de la pantallita, las puñaladas del Duty Free (menos mal que está libre de impuestos)...
Intento distraer mi cabeza con una cata premonitoria finalmente para descrifrar antes de tiempo los tópicos de todo viaje en avión como la niña toca cojones, la pareja que lo hará en mute en el baño, el miedo a las turbulencias; el comentario "viajar en avión es lo más seguro del mundo, existe menos del 1% de probabilidad de accidente" del vecino de atrás que mira por donde no deja de sudar o la comida inolora, incolora, insípida y "piedra angular de todo desayuno nutritivo" con el ruido de "abróchense el cinturón de fondo" (prepárese para una indigestión que luego llamarán "jet lag").
Pero ahora ahora no puedo pensar en las 10 de la noche del 27 de octubre de 2013 sino en lo que dentro de unas horas supondrá cambiar de hora el reloj o tocarnos para saber si hemos vuelto sin habernos ido.
En el fondo creo que después de lo difícil que fue su ausencia, llegas a acostumbrarte, sobre todo, a grabar los ruidos que puedan recordarla para ver si con cerrar los ojos podía confundirme, a seis horas de distancia, en su respiración, resbalarme y, finalmente, bifurcarme entre lo que aún recuerdo de nos y no se nos ha perdido.
NB. Este texto fue escrito el 13 de octubre pero lo que está en cursiva son notas recogidas durante el viaje.
2 comentarios:
Bon voyage, mademoiselle.
Muchísimas gracias Gatopardo! Lo ha sido; ahora toca siguiente destino. Espero que todo te vaya muy bien
Saludos!
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