martes, 10 de septiembre de 2013

Carta a todos mis olvidos


He llegado a hacer cosas muy absurdas: escribir una oda a un resfriado o alguna que otra confesión de una muñeca hinchable; listas de canciones por debajo de los dos segundos o aquel proyecto absurdo de una micro obra de teatro a partir de servilletas y hojas sueltas que resulta que, por azar alguno, tenían algo que decir pero, ¿esta? Esta es la primera y única carta a todos mis olvidos.

Olvidos que no se recuerdan, que empezaron siendo misterio hasta convertirse en las cicatrices de los polichinelas. Amnesia nacida de la sequía y sed que fue sobrevivirlos; fotos, lugares con un nombre, un recuerdo abandonado e impregnado en canciones, y zahorís de un mal agüero que terminó por devorarse.

Sí, me refiero a ti... que durante, en las noches, te has teñido en la alusión de un lugar que ha dado una historia que contar y te has resumido en pura piel agrietada contra mis pupilas desaliñadas de cualquier tipo de añoranza.

Todo fluye sin parar ni un momento a recapitular los trozos fracturados de tu imagen desdibujada y te atropella  la primera estación, la segunda... así sucesivamente hasta que, de repente, por encima de la base, van creciendo capas sobre la profanación de los recuerdos de un invierno que por fin invirtió la imagen del cristal hasta hacerte invisible.

Ya, sin quererlo, la vida da un cambio intangible y gradual, o, indirectamente, soy yo la que he cambiado y los lugares, las conversaciones, las noches con sol y nombres propios terminaron por convertirse en camaradas. Así terminaste siendo olvido o recuerdo que ha decidido hacerse borrar y  pasar desapercibido para esconderte entre las cenizas calcinadas de mi memoria y la tuya.

1 comentario:

a n a dijo...

las cosas estúpidas a veces son las más inteligentes de hacer ;) genial reflexión!